La artista visual y poeta abre las puertas de su casa a su exalumna y hoy colega.
Por Silvana González
Al tiempo que me dice que no le gusta citar, Nancy Gewölb cita a Roland Barthes: «Le gustaba el dibujo y no la pintura. ¿Por qué? –Se pregunta y se contesta ella misma–: Porque el lápiz, pencil, en inglés: pene, penetra el papel. La pintura, en cambio, no penetra. Cuando escribes en un papel puedes borrar, pero la herida del papel, lo hendido del lápiz al arrastrarse por él, queda para siempre. Esa idea de la escritura y de la herida me hace a mí que el lenguaje comanda todas las escrituras y todas las pinturas.»
Creo que esa hendidura del papel sólo puede palparse. Es algo que nunca vamos a poder trasladar a la virtualidad. Tiene que ver con el tacto y no con el tipeo. Sólo nos habíamos tipeado en este tiempo con Nancy. Fue mi profesora informante de tesis en licenciatura en artes. Quien me dijo una vez: «¿Cómo vas a hablar del encierro, sin hablar del tiempo?»
Estamos en su casa en Cerro Concepción. El tiempo en el encierro. Me hace notar que sus rulos naranjos de sol están disminuidos. La muerte de su hijo y de su hermana se los arrebataron de la cabeza dos veces. A diferencia de sansón, tiene fuerza y sigue siendo intimidante. Tiene los ojos un poco más pequeños, pero muestran potente el azul característico de su mirada. Azul, su perra salchicha, quiere revolotear siempre mientras Nancy avanza por su casa mostrándome su taller. Ha vuelto a Valparaíso tras dos años atrapada por la pandemia en Santiago. Volver, dice, fue caótico.
En La Sebastiana, el año 2019, en una lectura junto a Gladys González, la presentaron así:
«Grabadora y artista visual, realizó sus estudios entre el 73 y 79 en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile. Alumna de Balmes y Ortúzar, realizó cursos de diseño con la especialidad textil en la Católica, y desde 1990 ejerce la docencia en el taller de expresión grafica de la UPLA. Ha publicado Oyes el tono del sol y Las muchachas de Biarritz.»
«Me da un poco de vergüenza ajena, yo hago más bien obras de performance. La poesía me cree no más [ríe]. Me puse muy tarde a escribir poesía. En un momento me empecé a dar cuenta que ciertas cosas que hacía por hacer, eran objetos poéticos.» Empieza a buscar estos objetos para mostrármelos. Están colgados, amarrados, guardados, plisados, aplastados, tumbados.
Su taller es una habitación de la casa cuyas paredes no poseen ningún vacío. Repletas de telas, papeles, pinturas, objetos deformados por el sol. En una ventana se ve de frente el mar y se escuchan, pese a que ya es tarde, gaviotas como si amaneciera.
Sus obras son papeles y telas con objetos adheridos, unidos, pegados, cosidos una y otra vez sobre la superficie. Son poemas visuales con la idea de afiche, me explica. Muestra unas bolsitas de su primera instalación. Ella daba a la gente esas bolsitas transparentes, que pasaron a ser poemas por sí mismos. Dentro de estas hay imágenes y letras contenidas.

Disparadora de almas; matricera, fabricación alemana, nueva
Este taller fuerza a recordar, porque si no se regresa en el tiempo, no se puede terminar de entender lo que se ve. Hay muchos objetos que están desarraigados de su época. Las texturas se vuelven letras de un código que se va reconociendo de a poco.
Me indica una impresión de un anuncio de El Mercurio: «“Disparadora de almas, matricera, fabricación alemana.”Encontré esto cuando estábamos en plena dictadura. Son hallazgos que he ido juntando, y que en sí mismos ya son un objeto.»
Este anuncio se hace objeto en lo visual y en su primer libro se transforma en un poema más.
«Mira estos papeles. En alguna manifestación, cuando estaba Pinocho, estos eran ocurrencia de la Lotty Rosenfeld. Panfletos con rostros que decían “¿Me olvidaste? Sí__ No__” y tú tenías que marcarlo. Yo los recogí. Los trabajo con respecto a lecturas poéticas que hago con acción. Grito: Guillermo no sé cuánto… ¿Me olvidaste?»
Los objetos que desplaza Nancy desde la realidad hacia su imaginario se transforman automáticamente en un lenguaje. En la profusión de imágenes que cohabitan en su taller se ocultan dos libritos apenas, el primero con poemas, casi sentencias, como lo recuerda Sergio Muñoz, y el otro muy político y un poco más largo. Parecen perderse entre los afiches. Hay apenas dos ejemplares.
–¿Como funciona la escritura para usted, que en lo visual aparece deformada?
–A mí no me interesa la escritura lineal. La primera vez que hice un libro fue en la dictadura. El segundo, en 2001, que es más bien un poemario, no haikú, porque no cumple, pero tiene pequeñas cosas. Tiene la lectura de dar vuelta las cosas; cosas cortas. Bertoni dijo que tenía mucho lenguaje, vocabulario. Alguna vez él me ayudó a revisarlo.
Tiene la habilidad de dar vuelta los objetos: «Cuando llegué de Santiago empecé a organizar un poco lo que dejé aquí. Me encontré con demasiados calcetines por todos lados y comencé a ordenarlos en esta caja. Me acordaba de una japonesa que enseña a ordenar en la tele. Entonces hice esto y dije: “Bah, hice un poema de calcetines.” Porque te si te fijas están los más gruesos, los más delgados, los más o menos, los que no son míos, los transparentes, los de colores, los lisos, los planos.»
–¿Lo define como poema porque genera una imagen?
–Porque genera un lenguaje. Porque me reí y sufrí cuando lo hice, porque fue una creación mía. Finalmente, no sé si a ti o a alguien se le hubiera ocurrido hacer una caja de calcetines.
»Es darle una resignificación que tiene que ver con el ponérselos. Hoy me puse unos calcetines que no me ponía hace treinta años. Lo pasé bien haciendo esto, me encontré conmigo en varios momentos de mi vida: en el frío, en el calor, en el cobre. En el que nunca devolví, en el que me dejaron en la casa. Muchos caballeros que me han arrendado me han dejado unos calcetines de este tamaño –dice con las manos amplias–. Primero lo hice con la seriedad de ordenar y después lo veo y digo: “Pucha, acabo de escribir un poema o de tejerlo.”
»Poema es lo mismo que momento. ¿Será esto entonces el tiempo?
Nada existencia nada
Luz vacío luz
Los calcetines están en una caja de Mercado Libre. Sus colores, en conjunto, van hablando de algo. El poema se ha desplegado a la faceta terrenal. No es sólo el rapto momentáneo hacia la escritura. Es la detención en sí misma volcada hacia un objeto. El resultado es una correlación dictada desde adentro. Es azaroso el calcetín, pero no es azar su elección en este nuevo poema visual.
En este taller el poema se despliega del papel. Al igual que la hendidura que hace el lápiz al penetrar, el poema es una marca física, es algo imborrable.
Y lo que hace en sus cuadros son palabras en imagen. Tiene dos procesos inversos: en el arte visual acumula, tiene cientos de proyectos sin terminar (+). En la escritura, borra y elimina hasta dejar los poemas en tres o cuatro líneas (-).
«Yo misma me sigo tachando mis poemas. Por ejemplo: Los ojos blancos. Ahora es
Losojos blancos. Sigo en eso. Tengo un tercer libro que aún no he terminado. Bajo el concepto de cuando se echan a perder las páginas de una biblia. Se juntan y se juntan y se entierran igual que una persona. Es un cajón de sastre. Va de todo.»
En Proverbios, 17 dice: «El que ahorra sus palabras tiene sabiduría.»
Lo que hace Nancy son cuadros en palabras. Lee:
«El vacío de la existencia,
sí solo basta con morir».
Quiere usar un juego chino como matriz de grabado. Quiere hacer bolitas de papel arrugado para simular las bolitas de ese juego. Quiere poner esa caja de calcetines en la pared para mostrar su poema. Quiere utilizar los individuales que compró en los chinos como cuadros. También usar los papeles de arroz que parecen telas para una serie, pero no quiere pintarlos. Quiere terminar su tercer libro y no escribir nunca más.
Sus orígenes son de Ucrania y Rumania, de familia judía. Es lo que la marca.
Abre su primer libro: «Hay dos nombres que de alguna manera tenían que ver con los nombres de mis abuelos antes que se lo cambiaran para venirse a Chile.» Lee nuevamente:
«Rumanía 1908, Polonia 1941. Mueren en los campos de concentración. Chile, Temuco 1939, Valparaíso 1973».
Es el juego entre las persecuciones de la gente.
«Esqueleto tatuado en número de gas jabón
Pantalla de piel
Cabellos tejidos con ceniza
Lejía de huesos»
Explica: «Estas pocas palabras significan que a la gente las desnudaban, la tatuaban en los campos. Luego con la grasa hacían jabón, con la piel hacían pantallas y con el cabello hacían tela. Pero también están las cenizas, que son una manera en que los judíos y muchos árabes se lavan la cabeza para la pena.»

Ni lo quemado borra lo escrito
«Yo estaba mirando el fuego una vez y tiré una carta escrita con tinta y la carta se quemó en el fuego, y se veían las líneas escritas. Ya era ceniza y las líneas estaban por un instante más. Una magia que siguió ahí. Me acuerdo del papel al rojo vivo y por un poquito más de tiempo las líneas de lo escrito. Lo último en irse. La escritura es lo último en irse, parece. No sé bien qué será lo último.»
–A lo mejor es el comienzo de lo último.
Ambas pensamos a lo mejor en la misma escena fatal, la última de las escenas/poemas de la vida, porque nos quedamos en silencio. Estamos ahora en su cama, cobijadas con la perrita y la luz de su lámpara de mesa. Por primera vez se notan sus años. Tanta energía emanaba hace un rato en el taller que me hizo sentir a mí oxidada. Me lee sus poemas lejana, tan distante, y eso que estoy reducida a una infante ante quien vio en vida a Balmes, estuvo junto a Lotty Rosenfeld.
–Silvana: estoy cansada, Silvana. ¿Qué es el tiempo?
(Mi respuesta aún no la convence.)
Cuando la noche ya está encima, debo dejar a Nancy en el mundo que ha construido, ese espacio solitario en que el tiempo de treinta años es un calcetín de su memoria.
(*) Retratos de Kika Francisca González.
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